Un aporte fundamental de Sigmund
Freud (1856-1939) ha sido la diferenciación entre <sexo> y <sexualidad>.
Antes de Freud no estaban claramente distinguidos estos conceptos: la idea de sexo estaba asociada a la diferencia anatómica
entre el aparato genital masculino y femenino, y sobre esa diferencia biológica
se pensaba a la sexualidad de forma
naturalizada a partir de la clasificación dicotómica entre varón y mujer.
También Freud vinculó la idea de sexo
a la diferencia anatómica, sin embargo, postuló la idea de que la sexualidad va más allá de la
genitalidad y que no está determinada por la naturaleza; visión que aún hoy
sigue siendo novedosa.
El ser humano nace con un sexo pero no nace sexualizado. Desnaturalizar la sexualidad significa no pensarla
como instinto o como algo que ya está
programado en la genética de un individuo y por eso diferencia a los seres
humanos de los animales. La sexualidad
se inicia desde los primeros momentos de la vida y constituye la forma humana
de estar en el mundo. Esto es otra novedad que introduce Freud, porque antes se
pensaba que la sexualidad tenía su primera aparición en la pubertad, sin
embargo, Freud la ubicó como proceso de construcción desde el nacimiento. Esto
causó gran revuelo en su época porque hablar de sexualidad en la niñez
contradecía la idea de pureza en la infancia. Freud identificó orificios del
cuerpo que estaban relacionados con un placer que iba más allá de la función
biológica. Por ejemplo, en el acto de la succión en el recién nacido, observó placer: el acto de comer está
sexualizado y cuando el bebé ha dejado de alimentarse sigue succionando su
pulgar. En esto hay un <exceso>
que Freud piensa como <sexualidad>.
Al mismo tiempo, para la teoría
psicoanalítica, la sexualidad es una construcción que se funda en las
relaciones parentales (función materna/función paterna). Afirmar que la
sexualidad no es natural significa que depende principalmente del lenguaje: hay un decir sobre el cuerpo.
Para Freud, la madre/el padre (cuando
se encarnan estas funciones) sexualizan al bebé: al hablarle, al ponerle un
nombre, al vestirlo, al acariciarlo, al dirigirse en masculino o femenino, al
reconocerlo, están sexualizando. Como la sexualidad tiene que ver con un
proceso de identificaciones, “lo femenino” y “lo masculino” son posiciones
subjetivas. Esto no tiene nada que ver con mujeres y varones desde una visión
sociológica o antropológica. Por el contrario, por estructura, esas posiciones
están simultáneamente presentes en cada sujeto (todos tenemos posiciones
femeninas y masculinas en distintas situaciones) y al ser posiciones pueden ir
variando a lo largo de la vida, no están definidas de una manera cerrada. En
esto queda en evidencia que nadie nace
hombre o mujer, es una identificación con la que tendrá que vérselas. Para
el psicoanálisis, en el inconsciente no existe lo femenino ni lo masculino, es
decir, el goce sexual no sabe de masculino o femenino. En el inconsciente hay
posición “activa” (falo) o “pasiva” (castración) y sobre eso se construye la
posición masculina y femenina, por vía
de procesos de identificación.
Para el psicoanálisis el concepto
de sexualidad se debe pensar en la
misma línea de lo Inconsciente. Aquello
con lo que el sujeto goza siempre está en el plano de la singularidad, del
deseo.
Jacques Lacan (1901-1981)
profundizó la idea de que la sexualidad tiene que ver con el lenguaje, y agregó
a las zonas erógenas del cuerpo (oral, anal y genital) que había señalado
Freud, la función de la mirada y de
la voz, como partes del proceso de la
sexualización del cuerpo.
Al no ser instintiva o natural,
la sexualidad en el mismo placer guarda una dimensión de displacer, por la
experiencia del límite que tiene, nunca hay una satisfacción total y siempre
involucra una dimensión frustrante. En síntesis, la experiencia de goce sexual
no es sin su límite. Hablar de goce sexual, es hablar del deseo del encuentro,
del placer, pero también es hablar de aquello que nos complica y nos fragmenta.
La sexualidad es placer y displacer al mismo tiempo, es encuentro y
desencuentro, vida y muerte. Todos tenemos la experiencia de vivir la
sexualidad de modo conflictivo.
Por otra parte, desde una
perspectiva sociológica, hay un discurso socio-histórico que implica que no
siempre se experimentó la sexualidad del mismo modo y que, por ejemplo, en la cultura judeo-cristiana, en la cultura
greco-latina o en la cultura oriental, diversas prácticas de goce estaban legitimadas
y otras no. Es por esto que podemos pensar la cuestión de <género>. Los géneros se constituyen a partir de relaciones
de poder que en un determinado contexto socio-cultural imponen diferencialmente a las personas roles,
valores, actitudes, prácticas o características en base a una determinada
visión de la sexualidad, por ello no son naturales o permanentes. Además, desde
otras teorías, se han forjado clasificaciones (homosexualidad,
heterosexualidad, bisexualidad, transexualidad, otras) que son construcciones
que generalizan tipologías que pueden variar de acuerdo a distintos enfoques, a
distintas prácticas y distintos contextos. Sin pretender delimitar discursos
disciplinares clausurados, esto es relevante para distinguir, y a la vez
relacionar de modo consistente, la perspectiva psicoanalítica con otros
enfoques, por ejemplo, el sociológico.