domingo, 19 de marzo de 2017

Sexo, sexualidad y género.

Un aporte fundamental de Sigmund Freud (1856-1939) ha sido la diferenciación entre <sexo> y <sexualidad>. Antes de Freud no estaban claramente distinguidos estos conceptos: la idea de sexo estaba asociada a la diferencia anatómica entre el aparato genital masculino y femenino, y sobre esa diferencia biológica se pensaba a la sexualidad de forma naturalizada a partir de la clasificación dicotómica entre varón y mujer. También Freud vinculó la idea de sexo a la diferencia anatómica, sin embargo, postuló la idea de que la sexualidad va más allá de la genitalidad y que no está determinada por la naturaleza; visión que aún hoy sigue siendo novedosa.
El ser humano nace con un sexo pero no nace sexualizado. Desnaturalizar la sexualidad significa no pensarla como instinto o como algo que ya está programado en la genética de un individuo y por eso diferencia a los seres humanos de los animales. La sexualidad se inicia desde los primeros momentos de la vida y constituye la forma humana de estar en el mundo. Esto es otra novedad que introduce Freud, porque antes se pensaba que la sexualidad tenía su primera aparición en la pubertad, sin embargo, Freud la ubicó como proceso de construcción desde el nacimiento. Esto causó gran revuelo en su época porque hablar de sexualidad en la niñez contradecía la idea de pureza en la infancia. Freud identificó orificios del cuerpo que estaban relacionados con un placer que iba más allá de la función biológica. Por ejemplo, en el acto de la succión en el recién nacido, observó placer: el acto de comer está sexualizado y cuando el bebé ha dejado de alimentarse sigue succionando su pulgar. En esto hay un <exceso> que Freud piensa como <sexualidad>.
Al mismo tiempo, para la teoría psicoanalítica, la sexualidad es una construcción que se funda en las relaciones parentales (función materna/función paterna). Afirmar que la sexualidad no es natural significa que depende principalmente del lenguaje: hay un decir sobre el cuerpo. Para Freud, la madre/el padre (cuando se encarnan estas funciones) sexualizan al bebé: al hablarle, al ponerle un nombre, al vestirlo, al acariciarlo, al dirigirse en masculino o femenino, al reconocerlo, están sexualizando. Como la sexualidad tiene que ver con un proceso de identificaciones, “lo femenino” y “lo masculino” son posiciones subjetivas. Esto no tiene nada que ver con mujeres y varones desde una visión sociológica o antropológica. Por el contrario, por estructura, esas posiciones están simultáneamente presentes en cada sujeto (todos tenemos posiciones femeninas y masculinas en distintas situaciones) y al ser posiciones pueden ir variando a lo largo de la vida, no están definidas de una manera cerrada. En esto queda en evidencia que nadie nace hombre o mujer, es una identificación con la que tendrá que vérselas. Para el psicoanálisis, en el inconsciente no existe lo femenino ni lo masculino, es decir, el goce sexual no sabe de masculino o femenino. En el inconsciente hay posición “activa” (falo) o “pasiva” (castración) y sobre eso se construye la posición masculina y  femenina, por vía de procesos de identificación.
Para el psicoanálisis el concepto de sexualidad se debe pensar en la misma línea de lo Inconsciente. Aquello con lo que el sujeto goza siempre está en el plano de la singularidad, del deseo.
Jacques Lacan (1901-1981) profundizó la idea de que la sexualidad tiene que ver con el lenguaje, y agregó a las zonas erógenas del cuerpo (oral, anal y genital) que había señalado Freud, la función de la mirada y de la voz, como partes del proceso de la sexualización del cuerpo. 
Al no ser instintiva o natural, la sexualidad en el mismo placer guarda una dimensión de displacer, por la experiencia del límite que tiene, nunca hay una satisfacción total y siempre involucra una dimensión frustrante. En síntesis, la experiencia de goce sexual no es sin su límite. Hablar de goce sexual, es hablar del deseo del encuentro, del placer, pero también es hablar de aquello que nos complica y nos fragmenta. La sexualidad es placer y displacer al mismo tiempo, es encuentro y desencuentro, vida y muerte. Todos tenemos la experiencia de vivir la sexualidad de modo conflictivo.  

Por otra parte, desde una perspectiva sociológica, hay un discurso socio-histórico que implica que no siempre se experimentó la sexualidad del mismo modo y que, por ejemplo,  en la cultura judeo-cristiana, en la cultura greco-latina o en la cultura oriental, diversas prácticas de goce estaban legitimadas y otras no. Es por esto que podemos pensar la cuestión de <género>.  Los géneros se constituyen a partir de relaciones de poder que en un determinado contexto socio-cultural imponen diferencialmente a las personas roles, valores, actitudes, prácticas o características en base a una determinada visión de la sexualidad, por ello no son naturales o permanentes. Además, desde otras teorías, se han forjado clasificaciones (homosexualidad, heterosexualidad, bisexualidad, transexualidad, otras) que son construcciones que generalizan tipologías que pueden variar de acuerdo a distintos enfoques, a distintas prácticas y distintos contextos. Sin pretender delimitar discursos disciplinares clausurados, esto es relevante para distinguir, y a la vez relacionar de modo consistente, la perspectiva psicoanalítica con otros enfoques, por ejemplo, el sociológico. 

Síntesis sobre el escrito freudiano “Psicología de las masas y análisis del yo”.

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