Lic. Ariel
Juan Bianconi
Quiero comenzar contando
la experiencia de una colega con una paciente: la analizante se quejaba de que
su marido miraba a otras mujeres cuando paseaban. Ante las reiteradas quejas de
la mujer, el marido respondía que no miraba a personas sino “tetas”, “piernas”,
“culos” y que como persona la miraba y la amaba a ella, agregando: “lo que ocurre es que mis ojos son solteros”.
La pulsión
recorta objetos de satisfacción en torno a una zona erógena, es por eso
que la satisfacción pulsional es parcial y es de una parte del cuerpo; Freud las
ubica en la zona de la boca y del ano, y Lacan agrega la mirada y la voz. Por
ejemplo, en el relato anterior, la mirada recorta partes del cuerpo.
Freud, al conceptualizar
la noción de pulsión en “La perturbación psicógena de la visión según el
psicoanálisis” de 1910, plantea que el órgano tiene doble comando: uno
es el yo, y el otro comando es la pulsión, que tiene la
característica de ser acéfala, es decir, no obedece a los mandatos del ideal
del yo.
En “Psicología de las
masas y análisis del yo”, Freud plantea un esquema en el que la composición de
la masa es consecuencia de la unión del Ideal del yo y el objeto
de la satisfacción.
En una obra anterior,
“Introducción del Narcisismo”, el lugar del ideal del yo comienza a
pensarse como sustituto de otro lugar perdido: el narcisismo infantil.
El ideal del yo es
el lugar desde donde el yo se ve a sí mismo como posible de ser amado
por otros, es decir, como visto por otros; designa el yo ideal que será
comparado con el yo de la realidad, siempre deficitario. Podemos ubicar ejemplos
del ideal del yo en la obra “M’hijo el doctor” de Florencio Sánchez, o cuando
alguien dice “este niño va a ser como Messi”, o también, en el caso clínico de
Freud, el padre del “hombre de las ratas” cuando afirma sobre su hijo: “será un
gran hombre o un gran criminal”. El ideal del yo sostiene una cadena de
generaciones, lo podemos ubicar como la tenencia de un apellido que nos da un
lugar, es el Sr. o la Sra. Tal, o es el que continuará el estudio de
abogacía de sus padres o la empresa familiar, o es el que es la vergüenza de la
familia. El ideal del yo le dice al yo: “ese sos vos”.
Hay que distinguir el Ideal
del yo del yo ideal. El ideal del yo, como instancia
psíquica, proyecta un yo ideal al cual se identifica el yo
(siempre deficitario). Hablamos de identificaciones porque nunca hay
identidad plena, hay desfasaje constitutivo.
Cuando el ideal del
yo fracasa el pánico se apodera del sujeto o, mejor dicho, el pánico da
cuenta del fracaso del ideal del yo, ya que el yo se encuentra
sin las insignias o emblemas para sostenerse en una situación. Por eso el
ataque de pánico[1]
está en relación con el narcisismo o con el yo.
Lacan, en el Seminario
11[2],
retoma el esquema de la masa y enfatiza el objeto de la
satisfacción. Entonces, los elementos son: el Ideal del yo, el yo
y el objeto que es el punto exterior donde confluyen todos los
puntos. El punto del objeto exterior es donde se puede pensar la
consolidación de la masa, es decir, Lacan lee en Freud que no es solo el
ideal del yo que arma la masa sino también una satisfacción, lo
que implica que, en la masa, el ideal del yo y el objeto quedan
unidos. Mientras el Ideal del yo y el objeto están unidos se produce la
sugestión, es el tiempo de la hipnosis o enamoramiento, se constituye la masa,
ya sea de a dos o de a millones. Freud analiza como ejemplos de masas
artificiales la iglesia y el ejército. Una masa espontánea podría ser la
hinchada de un equipo de fútbol. Sin embargo, nuestro interés principal es
clínico.
En la clínica, la masa
implica el momento de instalación de la transferencia, es decir, hay un
momento de sugestión o hipnosis, una especie de enamoramiento, de idealización
del analista que ocupa el lugar de ideal del yo. Pero esto tiene una
duración limitada. Llega otro momento en
el que el Ideal del yo no coincide con la satisfacción: la unión
entre Ideal del yo y el objeto pulsional no dura de una manera
estable.
La inestabilidad se da
porque la unidad entre el ideal del yo y el objeto de satisfacción no es
natural, es decir, en términos psicoanalíticos, hay división: el sujeto
está dividido entre alienación y separación, entre el ideal del yo y el objeto
de satisfacción. Además, tanto el objeto como la satisfacción son parciales (de
ahí el concepto de castración, y el de goce que nunca es pleno). Los
momentos de hipnosis, sugestión o enamoramiento son “momentos de tonterías”,
pero no hay estabilidad y, en el mejor de los casos, no duran tanto. Freud lo
lleva al extremo, por la forma que tiene ese proceso, y habla del enamoramiento
como una especie de “suicidio” del yo que se empobrece porque vuelca toda la
libido en un objeto que queda unido al ideal del yo. Sin embargo,
tarde o temprano, aparecerá que el ideal no era tan ideal y la satisfacción se
separa de este.
Lo importante son las consecuencias que esto tiene para la clínica, ya que se puede pensar un parteaguas, que establece dos maneras de pensar la dirección de la cura totalmente diferentes:
1) Una clínica que va por los ideales
2) Una clínica que va por intervenir en
la satisfacción
El punto de partida para
ambas es la transferencia: la clínica psicoanalista es una clínica de la
transferencia que implica la sugestión. La sugestión, dicho sencillamente, es
la fe en la palabra del Otro, es creer y por ende es la condición de quedar
hipnotizado. La transferencia es una masa de dos, entre un analizante y
un analista. El analista queda ubicado en el lugar del Ideal
del Yo o del gran Otro (que posee un rasgo de omnipotencia). Ahora
se produce un parteaguas ya que una posibilidad es que el analista se comporte
como el hipnotizador que ejerce ese lugar de poder, tal como lo hace el líder
de la masa; o la otra posibilidad es que el analista no ejerza o renuncie a ese
lugar de poder.
1.
Una clínica que va por los ideales: en cada sesión se vuelve a producir la transferencia,
sin embargo, si se opta por el camino de los ideales pareciera que el
analista operara de un modo similar al del hipnotizador, el sugestionador o el
líder, quienes trabajan sosteniendo el lugar del ideal del yo y, de ese
modo, el trabajo del analista no aborda la cuestión de la satisfacción. Si no
se intenta tocar la satisfacción entonces el analizante se mantiene en el lugar
de la “no división” y queda “unido” a los “ideales”. Queda en un lugar de
alienación a los ideales y no puede conmoverlos. El paciente mantiene su
satisfacción unida al lugar amo y, en ese sentido, la clínica corre el
riesgo de volverse un trabajo para la adaptación, un modo de brindar herramientas
que en definitiva permitan al yo responder al ideal o seguir el camino de la
obediencia al ideal. Si quedan unidos ideal y satisfacción, si la clínica no
trabaja para la división, entonces, se produce lo que el filósofo Byung Chul
Han describe en su libro “La sociedad del cansancio”: el cansancio no es sino el
de ser uno mismo.
2. Una clínica que va por la
satisfacción: como
dijimos, en cada sesión se vuelve a producir la transferencia, sin
embargo, el analista no trabaja para mantener la unión entre el ideal y el
objeto, el analista hace semblante de objeto. Tocar la satisfacción, que
siempre se juega en una zona erógena y en un objeto parcial, es el desafío que
plantea el psicoanálisis. Plantear esta orientación de trabajo implica otra
escucha: una paciente de mis primeros años como analista tenía problemas con la
comida y me decía: “lo que ocurre es que la boca me lo pide”; otro paciente me
decía “no puedo parar de fumar marihuana durante todo el día”. Es posible
ubicar ahí satisfacciones parciales. Alguien de 40 años hace poco me decía “no
me gusta esto que me gusta” hablando de sus elecciones amorosas y lo importante
es poder leer ahí una satisfacción masoquista.
El analista
renuncia al lugar del Otro para ubicar la satisfacción parcial del
sujeto, esa satisfacción que lo divide. Nuestro trabajo apunta a separar
el ideal de la satisfacción, precisamente para tocar la
satisfacción pulsional que implica un recorte del cuerpo pulsional, y no el
cuerpo del narcisismo, o sea, el cuerpo en relación al yo que desconoce esta
satisfacción y a la vez la padece (sintomatiza). Esta satisfacción pulsional
como dice Freud “no tiene día y noche,
primavera ni otoño, subida y bajada. Es una fuerza constante”. Estas
satisfacciones parciales quedan ubicadas en el campo de las fantasías o de la
fantasía fundamental. Se apunta a la fantasía inconsciente o el fantasma dado
que permite ubicar qué objeto se ha sido para el deseo de los
otros primordiales.
Ya no se
trata de una clínica de los ideales, dado que para esta segunda orientación de
la cura no son los ideales lo que motorizan al sujeto. Lo que mueve al sujeto a
actuar es el deseo inconsciente, tal como dice Freud en “La interpretación de
los sueños”, antes de llegar al concepto de pulsión que desarrolla en “Tres
ensayos”. Las pulsiones son siempre parciales (porque el objeto propio es un
objeto perdido). La pulsión se liga a la satisfacción. Freud piensa la satisfacción en relación con
el órgano y la zona erógena, lo que no responde a las razones de la
consciencia. La satisfacción de las zonas erógenas está en relación con las
fantasías. En la “Conferencia 23” Freud va a ubicar las fantasías inconscientes
entre la satisfacción pulsional y el síntoma. Detrás de todo síntoma se oculta
una fantasía reprimida que conecta con una satisfacción; ante esto Freud
propone la técnica de la asociación libre, para llegar a esos relatos del
analizante (quien suele sentir culpa o vergüenza antes esas fantasías y suele
evitar contarlas).
La fantasía,
entonces, se vuelve en Freud el lugar del trabajo, así queda dicho en el texto “Pegan
a un niño”. En vinculación al fantasma fundamental es donde se juega el
erotismo y el deseo de algunos pacientes (neuróticos); se trata de fantasías de
punición donde el texto es sádico pero la satisfacción es masoquista. Apuntamos
entonces a conmover una satisfacción que es masoquista, que es la satisfacción
que se juega en el fantasma.
La
orientación de la cura que apunta a trabajar con la satisfacción busca escapar
a la “explicación” y a lo que el paciente “debe comprender”. Por vía de la
comprensión consciente se llega a la resignación, como indica la crítica de
Woody Allen en esta historia: dos amigos se encuentran en la calle, uno le dice
al otro “hace 10 años que voy al analista porque me hago pis en la cama”, el
otro le dice: “¿y te curaste?”, y el primero le responde; “no, pero ahora sé por
qué me orino”.
Por el
contrario, cuando se toca la satisfacción el primero en sorprenderse es el
sujeto, porque actúa diferente, aun cuando no se lo haya propuesto de modo
consciente. Por ejemplo, alguien que no podía dejar de fumar se sorprende de
que hace un mes no toca un cigarrillo. Lo mismo alguien que se produjo vómitos
durante años, se sorprende de que lleva semanas sin acordarse de esta acción.
Por lo dicho,
es por lo que el yo podrá estar casado pero los ojos seguirán siendo solteros. El
sujeto está articulado a la gramática pulsional, por eso el alivio no viene por
ser uno sino por la división: el trabajo del analista está en separar el Ideal
del objeto de la satisfacción.
Río Grande, 8/09/24
No hay comentarios.:
Publicar un comentario