viernes, 13 de septiembre de 2024

Síntesis sobre el escrito freudiano “Psicología de las masas y análisis del yo”.

 

Lic. Ariel Juan Bianconi

Quiero comenzar contando la experiencia de una colega con una paciente: la analizante se quejaba de que su marido miraba a otras mujeres cuando paseaban. Ante las reiteradas quejas de la mujer, el marido respondía que no miraba a personas sino “tetas”, “piernas”, “culos” y que como persona la miraba y la amaba a ella, agregando: “lo que ocurre es que mis ojos son solteros”.  

La pulsión recorta objetos de satisfacción en torno a una zona erógena, es por eso que la satisfacción pulsional es parcial y es de una parte del cuerpo; Freud las ubica en la zona de la boca y del ano, y Lacan agrega la mirada y la voz. Por ejemplo, en el relato anterior, la mirada recorta partes del cuerpo.

Freud, al conceptualizar la noción de pulsión en “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis” de 1910, plantea que el órgano tiene doble comando: uno es el yo, y el otro comando es la pulsión, que tiene la característica de ser acéfala, es decir, no obedece a los mandatos del ideal del yo. 

En “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud plantea un esquema en el que la composición de la masa es consecuencia de la unión del Ideal del yo y el objeto de la satisfacción.



En una obra anterior, “Introducción del Narcisismo”, el lugar del ideal del yo comienza a pensarse como sustituto de otro lugar perdido: el narcisismo infantil.

El ideal del yo es el lugar desde donde el yo se ve a sí mismo como posible de ser amado por otros, es decir, como visto por otros; designa el yo ideal que será comparado con el yo de la realidad, siempre deficitario. Podemos ubicar ejemplos del ideal del yo en la obra “M’hijo el doctor” de Florencio Sánchez, o cuando alguien dice “este niño va a ser como Messi”, o también, en el caso clínico de Freud, el padre del “hombre de las ratas” cuando afirma sobre su hijo: “será un gran hombre o un gran criminal”. El ideal del yo sostiene una cadena de generaciones, lo podemos ubicar como la tenencia de un apellido que nos da un lugar, es el Sr. o la Sra. Tal, o es el que continuará el estudio de abogacía de sus padres o la empresa familiar, o es el que es la vergüenza de la familia. El ideal del yo le dice al yo: “ese sos vos”.

Hay que distinguir el Ideal del yo del yo ideal. El ideal del yo, como instancia psíquica, proyecta un yo ideal al cual se identifica el yo (siempre deficitario). Hablamos de identificaciones porque nunca hay identidad plena, hay desfasaje constitutivo.

Cuando el ideal del yo fracasa el pánico se apodera del sujeto o, mejor dicho, el pánico da cuenta del fracaso del ideal del yo, ya que el yo se encuentra sin las insignias o emblemas para sostenerse en una situación. Por eso el ataque de pánico[1] está en relación con el narcisismo o con el yo.

Lacan, en el Seminario 11[2], retoma el esquema de la masa y enfatiza el objeto de la satisfacción. Entonces, los elementos son: el Ideal del yo, el yo y el objeto que es el punto exterior donde confluyen todos los puntos. El punto del objeto exterior es donde se puede pensar la consolidación de la masa, es decir, Lacan lee en Freud que no es solo el ideal del yo que arma la masa sino también una satisfacción, lo que implica que, en la masa, el ideal del yo y el objeto quedan unidos. Mientras el Ideal del yo y el objeto están unidos se produce la sugestión, es el tiempo de la hipnosis o enamoramiento, se constituye la masa, ya sea de a dos o de a millones. Freud analiza como ejemplos de masas artificiales la iglesia y el ejército. Una masa espontánea podría ser la hinchada de un equipo de fútbol. Sin embargo, nuestro interés principal es clínico.

En la clínica, la masa implica el momento de instalación de la transferencia, es decir, hay un momento de sugestión o hipnosis, una especie de enamoramiento, de idealización del analista que ocupa el lugar de ideal del yo. Pero esto tiene una duración limitada.  Llega otro momento en el que el Ideal del yo no coincide con la satisfacción: la unión entre Ideal del yo y el objeto pulsional no dura de una manera estable.

La inestabilidad se da porque la unidad entre el ideal del yo y el objeto de satisfacción no es natural, es decir, en términos psicoanalíticos, hay división: el sujeto está dividido entre alienación y separación, entre el ideal del yo y el objeto de satisfacción. Además, tanto el objeto como la satisfacción son parciales (de ahí el concepto de castración, y el de goce que nunca es pleno). Los momentos de hipnosis, sugestión o enamoramiento son “momentos de tonterías”, pero no hay estabilidad y, en el mejor de los casos, no duran tanto. Freud lo lleva al extremo, por la forma que tiene ese proceso, y habla del enamoramiento como una especie de “suicidio” del yo que se empobrece porque vuelca toda la libido en un objeto que queda unido al ideal del yo. Sin embargo, tarde o temprano, aparecerá que el ideal no era tan ideal y la satisfacción se separa de este. 

Lo importante son las consecuencias que esto tiene para la clínica, ya que se puede pensar un parteaguas, que establece dos maneras de pensar la dirección de la cura totalmente diferentes:

1)      Una clínica que va por los ideales

2)      Una clínica que va por intervenir en la satisfacción

El punto de partida para ambas es la transferencia: la clínica psicoanalista es una clínica de la transferencia que implica la sugestión. La sugestión, dicho sencillamente, es la fe en la palabra del Otro, es creer y por ende es la condición de quedar hipnotizado. La transferencia es una masa de dos, entre un analizante y un analista. El analista queda ubicado en el lugar del Ideal del Yo o del gran Otro (que posee un rasgo de omnipotencia). Ahora se produce un parteaguas ya que una posibilidad es que el analista se comporte como el hipnotizador que ejerce ese lugar de poder, tal como lo hace el líder de la masa; o la otra posibilidad es que el analista no ejerza o renuncie a ese lugar de poder.

1.      Una clínica que va por los ideales: en cada sesión se vuelve a producir la transferencia, sin embargo, si se opta por el camino de los ideales pareciera que el analista operara de un modo similar al del hipnotizador, el sugestionador o el líder, quienes trabajan sosteniendo el lugar del ideal del yo y, de ese modo, el trabajo del analista no aborda la cuestión de la satisfacción. Si no se intenta tocar la satisfacción entonces el analizante se mantiene en el lugar de la “no división” y queda “unido” a los “ideales”. Queda en un lugar de alienación a los ideales y no puede conmoverlos. El paciente mantiene su satisfacción unida al lugar amo y, en ese sentido, la clínica corre el riesgo de volverse un trabajo para la adaptación, un modo de brindar herramientas que en definitiva permitan al yo responder al ideal o seguir el camino de la obediencia al ideal. Si quedan unidos ideal y satisfacción, si la clínica no trabaja para la división, entonces, se produce lo que el filósofo Byung Chul Han describe en su libro “La sociedad del cansancio”: el cansancio no es sino el de ser uno mismo.  

2.      Una clínica que va por la satisfacción: como dijimos, en cada sesión se vuelve a producir la transferencia, sin embargo, el analista no trabaja para mantener la unión entre el ideal y el objeto, el analista hace semblante de objeto. Tocar la satisfacción, que siempre se juega en una zona erógena y en un objeto parcial, es el desafío que plantea el psicoanálisis. Plantear esta orientación de trabajo implica otra escucha: una paciente de mis primeros años como analista tenía problemas con la comida y me decía: “lo que ocurre es que la boca me lo pide”; otro paciente me decía “no puedo parar de fumar marihuana durante todo el día”. Es posible ubicar ahí satisfacciones parciales. Alguien de 40 años hace poco me decía “no me gusta esto que me gusta” hablando de sus elecciones amorosas y lo importante es poder leer ahí una satisfacción masoquista.

El analista renuncia al lugar del Otro para ubicar la satisfacción parcial del sujeto, esa satisfacción que lo divide. Nuestro trabajo apunta a separar el ideal de la satisfacción, precisamente para tocar la satisfacción pulsional que implica un recorte del cuerpo pulsional, y no el cuerpo del narcisismo, o sea, el cuerpo en relación al yo que desconoce esta satisfacción y a la vez la padece (sintomatiza). Esta satisfacción pulsional como dice Freud “no tiene día y noche, primavera ni otoño, subida y bajada. Es una fuerza constante”. Estas satisfacciones parciales quedan ubicadas en el campo de las fantasías o de la fantasía fundamental. Se apunta a la fantasía inconsciente o el fantasma dado que permite ubicar qué objeto se ha sido para el deseo de los otros primordiales.

Ya no se trata de una clínica de los ideales, dado que para esta segunda orientación de la cura no son los ideales lo que motorizan al sujeto. Lo que mueve al sujeto a actuar es el deseo inconsciente, tal como dice Freud en “La interpretación de los sueños”, antes de llegar al concepto de pulsión que desarrolla en “Tres ensayos”. Las pulsiones son siempre parciales (porque el objeto propio es un objeto perdido). La pulsión se liga a la satisfacción.  Freud piensa la satisfacción en relación con el órgano y la zona erógena, lo que no responde a las razones de la consciencia. La satisfacción de las zonas erógenas está en relación con las fantasías. En la “Conferencia 23” Freud va a ubicar las fantasías inconscientes entre la satisfacción pulsional y el síntoma. Detrás de todo síntoma se oculta una fantasía reprimida que conecta con una satisfacción; ante esto Freud propone la técnica de la asociación libre, para llegar a esos relatos del analizante (quien suele sentir culpa o vergüenza antes esas fantasías y suele evitar contarlas).

La fantasía, entonces, se vuelve en Freud el lugar del trabajo, así queda dicho en el texto “Pegan a un niño”. En vinculación al fantasma fundamental es donde se juega el erotismo y el deseo de algunos pacientes (neuróticos); se trata de fantasías de punición donde el texto es sádico pero la satisfacción es masoquista. Apuntamos entonces a conmover una satisfacción que es masoquista, que es la satisfacción que se juega en el fantasma.

La orientación de la cura que apunta a trabajar con la satisfacción busca escapar a la “explicación” y a lo que el paciente “debe comprender”. Por vía de la comprensión consciente se llega a la resignación, como indica la crítica de Woody Allen en esta historia: dos amigos se encuentran en la calle, uno le dice al otro “hace 10 años que voy al analista porque me hago pis en la cama”, el otro le dice: “¿y te curaste?”, y el primero le responde; “no, pero ahora sé por qué me orino”.

Por el contrario, cuando se toca la satisfacción el primero en sorprenderse es el sujeto, porque actúa diferente, aun cuando no se lo haya propuesto de modo consciente. Por ejemplo, alguien que no podía dejar de fumar se sorprende de que hace un mes no toca un cigarrillo. Lo mismo alguien que se produjo vómitos durante años, se sorprende de que lleva semanas sin acordarse de esta acción.

Por lo dicho, es por lo que el yo podrá estar casado pero los ojos seguirán siendo solteros. El sujeto está articulado a la gramática pulsional, por eso el alivio no viene por ser uno sino por la división: el trabajo del analista está en separar el Ideal del objeto de la satisfacción.

 

 

                                                                                                                Río Grande, 8/09/24

 



[1] En la primera Guerra Mundial los soldados desertaban porque entraban en pánico al perder al compañero con quien hacían masa, o sea, un lazo que constituía una unidad.

[2] Lacan, J. [1964] (2012) Seminario 11, Paidós, p. 280.

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