domingo, 2 de abril de 2017


El Otro con mayúsculas: el lenguaje.

El psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) planteó que Sigmund Freud (1856-1939) se anticipó con sus ideas sobre el lenguaje a los aportes del reconocido lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913). Saussure descubrió que todo signo lingüístico (toda palabra) está formada por dos componentes: el “significado” y el “significante”. Por ejemplo, en la palabra “perro” se da la unión de un significado (concepto del animal, mamífero, cuadrúpedo, etc.) y un significante (fonemas, sonidos que forman la palabra p-e-r-r-o en castellano, y que en inglés se dice d-o-g, y así, irá variando en diferentes lenguas). 
Para Saussure el significado (concepto) tendría una mayor relevancia por sobre el significante (sonidos o fonemas, que cambian con los distintos idiomas). Para el psicoanálisis esa relación se invierte: el significante adquiere mayor importancia o primacía por sobre el significado. ¿Por qué se invierte esta relación? Porque la perspectiva del psicoanálisis considera que el significante p-e-r-r-o puede remitir a una multiplicidad de significados y no a un concepto único. Por ejemplo: “eres un perro” dicho a un jugador o a un cantante; “el perro de mi jefe”, o “tengo fobia a los perros” (en este último caso p-e-r-r-o remite a la historia singular de un sujeto).
Freud comenzó a escuchar en sus pacientes esos significantes que no hacían referencia a un concepto estable ni mucho menos a una realidad única.  Por eso, su visión sobre el lenguaje se diferenció de la perspectiva meramente lingüística. Freud no ha usado exactamente esos términos, ha sido Lacan quien desarrolló los supuestos del lenguaje en el psicoanálisis: el lenguaje ya no se entenderá desde la comunicación o la teoría de los signos lingüísticos, sino desde el poder que el lenguaje o las palabras tienen sobre los cuerpos para generar efectos de mundo, efectos que constituyen el yo y la realidad. El ser humano al nacer es sumergido en el baño del lenguaje: el Otro con mayúsculas. Lacan va a llamar al <lenguaje> el Otro con mayúsculas y lo diferencia del <semejante> que es el otro con minúsculas. El lenguaje (hablado, gestual, escrito, imágenes, otros) se apropia del recién nacido y sexualiza el cuerpo: se le pone un nombre, un apellido, se le habla, y no sólo se le habla, sino que se lo alimenta, se lo abraza, se lo protege con acciones, que pueden ser sin palabras, pero igualmente implican un lenguaje, el lenguaje de las caricias, del contacto; esto también es lenguaje para el humano. Para el psicoanálisis somos hablados, aunque “la ilusión del yo” es que somos nosotros los que hablamos.
Freud escuchó en esos significantes o en esas palabras los “síntomas” de un sujeto singular. Entendió como “síntomas” aquellos significantes que adquirían otros significados del establecido en una lengua y que, en el discurso del paciente, iban plasmando un sentido único y singular. Esas palabras que disuenan, que decimos (aunque no sepamos bien qué decimos), interrumpen la cadena de los significados que se producen conscientemente. Freud llamó a esas interrupciones formaciones del inconsciente: chistes, lapsus, síntomas, actos fallidos y sueños. De acuerdo a esto, el significante tiene que ver con un sujeto. El sujeto queda representado por un significante en relación a otro significante. El sujeto es <falto en ser> (no remite nunca a algo fijo, ni tiene un significado estable). Por eso, los significantes van otorgando significados, van cubriendo esa falta en ser, constituyendo el yo, a través de diversas identificaciones a lo largo de la vida. El Otro del lenguaje, el lugar de las palabras y los sentidos que se produzcan como consecuencia, nunca podrán representar al sujeto de un modo total o completo: siempre se deberá seguir hablando. El inconsciente está en relación con las palabras. Dado que las palabras son ajenas a nosotros, el inconsciente que plantea el psicoanálisis no es lo más interno a nosotros, sino todo lo contrario, es lo más externo. Por eso Lacan dice “el inconsciente es el discurso del Otro”.
De acuerdo a lo anterior, las palabras crean realidad y nos crean en tanto sujetos. Esto puede verse también desde una perspectiva sociológica e histórica, como dice el filósofo francés M. Foucault, somos <sujetos-sujetados>. Estamos sujetados al lenguaje, a las leyes, a las normas, a los valores de nuestra cultura, por eso, podríamos decir que no somos nosotros los que tenemos las palabras, sino que ellas nos tienen a nosotros. Los pensamientos, los sentimientos, son construcciones de las palabras, del lenguaje. Por ejemplo, una mujer del siglo XIX en nuestro país habría estado tomada por el discurso modelo de la época que, por ejemplo, la desvinculaba de la vida política; en cambio, si hubiese nacido en el siglo XXI estaría atravesada por el discurso que la constituye en la igualdad de los derechos políticos sin distinción de género. He aquí el poder del lenguaje, ese Otro con mayúsculas.  

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