El Otro con
mayúsculas: el lenguaje.
El
psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) planteó que Sigmund Freud
(1856-1939) se anticipó con sus ideas sobre el lenguaje a los aportes del
reconocido lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913). Saussure
descubrió que todo signo lingüístico (toda palabra) está formada por dos
componentes: el “significado” y el “significante”. Por ejemplo, en la palabra
“perro” se da la unión de un significado (concepto
del animal, mamífero, cuadrúpedo, etc.) y un significante (fonemas, sonidos que forman la palabra p-e-r-r-o en castellano, y que en inglés se dice d-o-g, y así, irá variando en diferentes
lenguas).
Para
Saussure el significado (concepto) tendría una mayor relevancia por sobre el
significante (sonidos o fonemas, que cambian con los distintos idiomas). Para
el psicoanálisis esa relación se invierte: el significante adquiere mayor
importancia o primacía por sobre el significado. ¿Por qué se invierte esta
relación? Porque la perspectiva del psicoanálisis considera que el significante
p-e-r-r-o puede remitir a una
multiplicidad de significados y no a un concepto único. Por ejemplo: “eres un perro” dicho a un jugador o a un
cantante; “el perro de mi jefe”, o “tengo fobia a los perros” (en este
último caso p-e-r-r-o remite a la
historia singular de un sujeto).
Freud
comenzó a escuchar en sus pacientes esos significantes que no hacían referencia
a un concepto estable ni mucho menos a una realidad única. Por eso, su visión sobre el lenguaje se
diferenció de la perspectiva meramente lingüística. Freud no ha usado exactamente
esos términos, ha sido Lacan quien desarrolló los supuestos del lenguaje en el
psicoanálisis: el lenguaje ya no se entenderá desde la comunicación o la teoría
de los signos lingüísticos, sino desde el poder que el lenguaje o las palabras
tienen sobre los cuerpos para generar efectos
de mundo, efectos que constituyen el yo
y la realidad. El ser humano al nacer
es sumergido en el baño del lenguaje: el
Otro con mayúsculas. Lacan va a llamar al <lenguaje> el Otro con mayúsculas y lo diferencia del <semejante>
que es el otro con minúsculas. El
lenguaje (hablado, gestual, escrito, imágenes, otros) se apropia del recién
nacido y sexualiza el cuerpo: se le pone un nombre, un apellido, se le habla, y
no sólo se le habla, sino que se lo alimenta, se lo abraza, se lo protege con
acciones, que pueden ser sin palabras, pero igualmente implican un lenguaje, el
lenguaje de las caricias, del contacto; esto también es lenguaje para el
humano. Para el psicoanálisis somos hablados, aunque “la ilusión del yo” es que
somos nosotros los que hablamos.
Freud
escuchó en esos significantes o en esas palabras los “síntomas” de un sujeto
singular. Entendió como “síntomas” aquellos significantes que adquirían otros
significados del establecido en una lengua y que, en el discurso del paciente,
iban plasmando un sentido único y singular. Esas palabras que disuenan, que decimos
(aunque no sepamos bien qué decimos),
interrumpen la cadena de los significados que se producen conscientemente.
Freud llamó a esas interrupciones formaciones del inconsciente: chistes,
lapsus, síntomas, actos fallidos y sueños. De acuerdo a esto, el significante
tiene que ver con un sujeto. El sujeto queda representado por un significante
en relación a otro significante. El sujeto es <falto en ser> (no remite nunca a algo fijo, ni tiene un significado
estable). Por eso, los significantes van otorgando significados, van cubriendo
esa falta en ser, constituyendo el
yo, a través de diversas identificaciones a lo largo de la vida. El Otro del
lenguaje, el lugar de las palabras y los sentidos que se produzcan como
consecuencia, nunca podrán representar al sujeto de un modo total o completo:
siempre se deberá seguir hablando. El inconsciente está en relación con las
palabras. Dado que las palabras son ajenas a nosotros, el inconsciente que
plantea el psicoanálisis no es lo más interno
a nosotros, sino todo lo contrario, es lo más externo. Por eso Lacan dice “el
inconsciente es el discurso del Otro”.
De acuerdo a lo
anterior, las palabras crean realidad y nos crean en tanto sujetos. Esto puede
verse también desde una perspectiva sociológica e histórica, como dice el filósofo
francés M. Foucault, somos <sujetos-sujetados>.
Estamos sujetados al lenguaje, a las leyes, a las normas, a los valores de
nuestra cultura, por eso, podríamos decir que no somos nosotros los que tenemos
las palabras, sino que ellas nos tienen a nosotros. Los pensamientos, los
sentimientos, son construcciones de las palabras, del lenguaje. Por ejemplo,
una mujer del siglo XIX en nuestro país habría estado tomada por el discurso
modelo de la época que, por ejemplo, la desvinculaba de la vida política; en
cambio, si hubiese nacido en el siglo XXI estaría atravesada por el discurso
que la constituye en la igualdad de los derechos políticos sin distinción de
género. He aquí el poder del lenguaje, ese Otro con mayúsculas.
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