lunes, 10 de agosto de 2020

Desamparo originario, angustia y deseo

 

En la actualidad, parecería que está prohibido sentirse mal. Vivimos en una época donde el imperativo hegemónico expresa un mandato a “disfrutar”, a “ser sociables” y a “no parar”, aunque no tengamos ganas o nos sintamos cansados. Lo podemos ver en las publicidades, por ejemplo, el dolor para, vos no”, mensaje dirigido tanto a un niño/a como a un anciano/a. Por supuesto, hay otra parte de ese mensaje que no se dice: “no pares, porque tienes que seguir consumiendo y produciendo”, para lo cual siempre habría en el mercado unas “vitaminas” o unos “tips” que te mantendrían activo. En un mundo donde está mal sentirse mal, la angustia es considerada una enfermedad, sin embargo, para el psicoanálisis esto no es así, como veremos, la angustia es la “posibilidad de parar”. Por eso, jugando con el eslogan, podríamos afirmar: “que el dolor no pare, para que vos puedas parar”.

Como dijimos, existen otras perspectivas no psicoanalíticas que patologizan la angustia y la consideran “en sí misma” un problema, una enfermedad, un trastorno a diagnosticar, por ejemplo, el denominado “ataque de pánico” o “la crisis de angustia”, las diversas “fobias”, o el “trastorno de ansiedad generalizado”. Las personas describen lo que se denomina ataque de pánico como un momento en el que la angustia se expresa con mucha intensidad, ya sea en manifestaciones somáticas (alteraciones del ritmo cardíaco y sensaciones de ahogo, sudoración, vértigo) o en diversos sentimientos (la sensación de una muerte inminente y el miedo de volverse loco o perder el control). Sin embargo, el psicoanálisis -sin dejar de reconocer la dureza de esos momentos- no asume esos diagnósticos. Para el psicoanálisis, el ataque de pánico es una manifestación de la angustia, pero la angustia en sí misma no es el problema.

También suele decirse que la angustia está asociada a la percepción de la falta de sentido de la vida, sin embargo, habría que darle una vuelta más a estas ideas, ya que el psicoanálisis lo plantea de otro modo. Cuando decimos que “la vida no tiene sentido”, para el psicoanálisis se trata de un momento de “exceso de sentido”[1]. ¿Qué significa esto? El psicoanalista argentino Osvaldo Arribas lo explica de un modo claro:

 

                 Freud tematiza la angustia respecto del desamparo, la indefensión, de un estar sin recursos para responder frente a una demanda excesiva para los recursos de los que disponemos. Y se verifica en miles de situaciones, basta pararse con un pibe frente a un kiosco y preguntarle lo que quiere, entonces, empieza a pedir los Sugus confitados, chocolates, esto y aquello. Si uno le compra y le compra y pregunta “¿qué más…qué más?”, llega un momento en que el pibe ya no sabe qué pedir y se angustia: “no sé qué quiero”, porque quiere “más”, pero ya no sabe qué. ¿Por qué? Porque ahí ya no tiene recursos para responder, en ese punto sobreviene la angustia. ¿Y qué significa? Que, agotadas las demandas, falta la respuesta respecto al deseo.

                Lacan hace una articulación entre necesidad, demanda y deseo. El deseo se articula en la demanda, pero a la vez, es inarticulable, esto significa que el deseo motoriza la demanda, o sea, todo lo que pedimos, pero llega un punto donde lo que no se puede articular es el deseo –[el deseo es deseo de desear, más allá de cualquier demanda]-. ¿Se entiende? Lo que resta inarticulado es el deseo, y en ese punto aparece la angustia, porque ahí quedo confrontado al hecho de que no puedo articular respuesta sobre el objeto de mi deseo. En este sentido, cuando el padre dice: “¡Basta!, chocolates y caramelos y se terminó”, sostiene el deseo e impide que el chico se angustie, lo sostiene en una posición deseante, porque el pibe se va a ir pensando que quería más.

                   (…) El deseo linda con la angustia, al agotarse la demanda de los Sugus, los caramelos, los chocolates, etc., terminada la lista de las demandas se llega a ese punto de angustia que tiene que ver con el deseo, con que la demanda no agota lo que quiero pedir.  Como decía Luca Prodan en una canción de Sumo: “No sé lo que quiero pero ¡lo quiero ya!”. Es una buena frase para expresar el deseo (Osvaldo Arribas, Rosario, 2007).

 

Entonces, se mencionó primero la idea de “desamparo”. El psicoanalista francés Lacan (1901-1981) rescata la idea de “desamparo originario” trabajada por Freud (1856-1939) en la obra “Proyecto de una psicología para neurólogos”. El desamparo originario es una idea que nos funda, que es constitutiva de nuestra subjetividad, lo que implica la separación del Otro, la soledad, la pérdida, ¿pérdida de qué?, de una completud, pero de una completud que nunca tuvimos, aunque perdimos. De alguna manera lo intuimos, como dice la canción de Serrat “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí”. En términos psicoanalíticos se trata de la experiencia de la “castración o del No Todo. Si bien es cierto que la expresión “No Todo” puede resultar paradojal, la tenemos que pensar vinculando dos cosas a la vez: el exceso y la falta, en una lógica que asume la incompletud (una totalidad-incompleta que “excede” porque siempre tiende a cerrar aunque nunca lo logra y por eso está siempre en “falta”). Veamos el modo en que opera esto.

El deseo, por su propia operatoria, no se puede satisfacer. Otra cosa es la demanda, la demanda es lo que se va articulando en la palabra, siempre es una demanda que (in)articula un deseo. El psicoanálisis piensa la angustia como signo del deseo, entendiendo que “el deseo es el deseo del Otro”. El Otro es un supuesto que organiza mi vida. Organizo mi vida como interpretación de lo que creo que el Otro desea de mí (Otro con mayúscula, es decir, el lenguaje, la cultura, los discursos de la época) y a través de los otros (semejantes con los cuales convivimos, padre, madre, amigos, hijos, etc.).

Por un lado, yo lo vivo “como si” fuese yo quien espera decir cuál es su sentido, sin embargo, esos sentidos vienen del Otro. Entonces, el Otro me funda en su deseo. He sido deseado por Otro en tanto interpreto “¿qué me quiere?” (me quieren para esto, para aquello, se espera que haga esto o lo otro, etc.), sin embargo esto es siempre una interpretación, por eso, dado que es una interpretación[2], hay momentos en los que “no sé qué me quiere”, no sé qué se espera de mí. Aparece la angustia porque en definitiva no sé nunca con total certeza ¿qué quiere el Otro de mí? (traducida cotidianamente como la pregunta: ¿para qué vine a la vida?). El Otro no logra nunca expresar totalmente el sentido de la vida y por eso no sé cuál es mi sentido.

Volviendo al ejemplo del Kiosco, se trata de una experiencia que sin duda hemos tenido. En una primera escena, la pregunta es: “¿y qué más, y qué más….?”… “¿y qué más puedo pedirle a la vida?”. Mientras yo pueda responder a lo que se espera, porque tengo palabras para responder, continúo,…hasta que en algún momento, cuando ya no tengo palabras para responder, ahí sobreviene la angustia, en tanto que no tengo más respuestas, es decir, no puedo articular ninguna demanda al deseo, ya no sé qué quiero, no sé cómo sigo, ya no sé qué puedo esperar de la vida, en ese momento, quedo separado, solo, quedo desamparado. De acuerdo a lo anterior, podemos decir que angustia y deseo son dos caras del desamparo originario. La angustia y el deseo son constitutivos de la subjetividad y expresan que hay un malestar originario, una soledad originaria. La angustia y el deseo inarticulado están vinculados al “exceso” y a la “falta”, lo que respecto al desamparo originario denominamos “alienación” y “separación”. La experiencia de orfandad es la experiencia de separación del Otro, nunca se logra estar totalmente con el Otro, es la experiencia de separación, de estar caído, de no estar integrado/a, siempre falta algo, algo queda por fuera, soy el pato/a feo/a, soy lo que no tenía que ser.  En cierto modo, podríamos decir que la angustia no se resuelve, expresa la condición humana, la condición de que el sentido viene del Otro. Por eso, el psicoanálisis podría hacer un “elogio de la angustia”, ya que en algún punto, frente a la experiencia del desamparo, de la soledad, de la indefensión, la angustia brinda una seguridad: la seguridad de que existimos, de que “esto me está pasando a mí y a nadie más”.

Luego, el ejemplo del Kiosco propone una segunda escena, en la que se dice: “¡basta, esto y aquello, nada más!”…hubo algo y algo faltó. Para que haya deseo, algo falta. En tanto algo se  logra, se concreta lo anhelado, la angustia disminuye, a la vez que, dado que algo falta, también nos posicionamos como sujetos deseantes.  

Para el psicoanálisis, la angustia no es un problema sino que la angustia da cuenta de la presencia del deseo; en otras palabras, motoriza nuestra vida, impulsa a seguir. Suele buscarse una evitación de la angustia, pero en eso, también, lo que se está evitando es poder articular un deseo en una demanda. Entonces, se estaría retrocediendo ante el deseo, y  Lacan sostiene no retroceder ante el deseo: “De lo único que somos culpables es de  retroceder ante el deseo”.   

El deseo tiene que ver con la sexualidad. En este punto es importante remarcar la fórmula de Freud que expresa: “el retorno de lo reprimido da cuenta de la represión”. Para entender esto hay que referir a la sexualidad (no tenemos que reducir este concepto a genitalidad)[3]. En la época de Freud, la represión pasaba por la sexualidad, a través de prohibir el ejercicio del acto sexual; en nuestra época lo reprimido sigue siendo la sexualidad (paradójicamente bajo la bandera de la liberación sexual) con un mandato a gozar en forma plena con la exigencia de una satisfacción “total”. Esto último podría pensarse en el orden del imperativo a “no parar”, como parte de un pretendido “control de la felicidad”, idea cercana a la novela “Un mundo feliz” de Huxley. El psicoanálisis propone dejar de cumplir con el imperativo opresor de “no poder estar mal”, plantea dejar de huir de la angustia, no taparla, lo que, paradójicamente, implicaría un gran alivio[4].

Por otra parte, si bien es cierto que hay una cierta angustia inevitable, propia de nuestra existencia humana deseante, también es cierto que NO nos sentimos angustiados en todo momento. Es una dinámica de toda la vida ya que los sentidos que vamos encontrando resultarán siempre provisorios y fluctuantes, se arman y desarman, en tanto que lo que hasta ayer fue importante, hoy tal vez no lo sea, o viceversa. 

El psicoanálisis se platea en oposición a “un extremo” que, aunque tenga dos variantes, es el mismo: el “extremo gozoso del mandato pleno a ser feliz”, y el “extremo gozoso de nada se puede”. El psicoanálisis no se posiciona en la resignación (resignación sería decir, bueno, la angustia es intrínseca al ser humano, no hagamos nada), no se posiciona en vivir la vida como un lamento o una melancolía por el desamparo de la existencia. Que quede claro: el psicoanálisis plantea una “posición ética”. Freud en “Duelo y melancolía” sostiene que lo que ahora se denomina depresión es una “cobardía moral”, porque en definitiva el cobarde es el que no juega su castración, no puede jugar su querer porque teme perder y principalmente, teme que las consecuencias recaigan sobre él, es decir: si sale mal, voy a ser el único responsable, no voy a poder echarle la culpa a Otro, por lo tanto, no soporto el desamparo, me refugio en el Otro (al que también puedo echarle la culpa). Lo contrario a esto es soportar algo del desamparo, bancarse que las consecuencias recaigan sobre uno, y si sale mal, asumirse como responsable. Salir de la “cobardía moral” es jugársela por un querer, es una apuesta por un acto del sujeto.

 

El psicoanálisis ofrece la posibilidad de asumir algo de esto. En palabras del psicoanalista y escritor Jorge Alemán, se trata de que cada uno viva su (in)felicidad de la mejor manera que pueda.

La experiencia de la angustia en cada sujeto toma una forma singular y sólo en contacto con ella, atravesándola, es posible crear algo nuevo y original.

En síntesis, el psicoanálisis, ante la angustia, no ofrece estrategias de evitación, ni consejos; lo que ofrece es la posibilidad de hacer una experiencia de sujeto, de no retroceder ante la verdad del deseo, de descontarse de mandatos opresores, por ejemplo, los que prometen una fórmula dada, estandarizada y mercantilizada de cómo ser feliz, como dice Jorge L. Borges en un poema llamado 1964: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.

                                                                          Ariel J. Bianconi. Psicoanalista.

Este texto se escribió para el curso "Cuerpos Angustiados" dictado en Río Grande, mayo de 2019 . 


[1] El tema es que vivimos siempre en el sentido (aunque no haya un sentido único de la vida). Aquél que dice “mi vida no tiene sentido”, está ya dando un sentido. Hay que pensarlo de modo relacional: la “falta de sentido” es un “exceso de sentido”.

[2] El Otro es una interpretación, por lo tanto, el Otro no existe sustancialmente, o directamente, el Otro no existe.

[3] El ser humano nace con un aparato genital pero no nace “sexualizado”. La sexualidad se inicia desde los primeros momentos de la vida y constituye la forma humana de estar en el mundo; desde la infancia a la ancianidad. Por ejemplo, en el acto de la succión en el recién nacido, Freud observó placer, es decir, el acto de comer está sexualizado y cuando el bebé ha dejado de alimentarse sigue succionando su pulgar. En esto hay un “exceso” que Freud piensa como “sexualidad”. Las relaciones entre cuerpo y sexualidad se irán aclarando en otras lecturas. 

[4] En función de lo que hemos venimos señalando, el psicoanálisis puede interpretar o leer de otro modo las crecientes manifestaciones de lo que se denomina ataque de pánico: cuanto más se intenta tapar la angustia, más fuerte vuelve a aparecer. Para el psicoanálisis, acallar la angustia es, en verdad, problemático, porque es el intento de apagar la experiencia del deseo.

 


Síntesis sobre el escrito freudiano “Psicología de las masas y análisis del yo”.

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