domingo, 14 de mayo de 2017

¡¿Cómo pude soñar esto?!


Todos nos habremos despertado alguna vez desconcertados por un sueño que hemos tenido y que nos ha dejado perplejos: ¡¿cómo pude soñar esto?! Cuando soñamos experimentamos sensaciones agradables, angustiantes, sensuales, tristes, que nos hacen sufrir o llorar, e incluso de terror como en el caso de las pesadillas; o también puede ocurrir que se produzcan pensamientos creativos como la resolución de una ecuación o de un problema que durante el estado de vigilia no podíamos resolver. En los sueños también participa el cuerpo con movimientos, y en algunos casos, se produce el sonambulismo. Sin embargo, solemos no dar importancia a los sueños y descartarlos como meras ocurrencias, fantasías locas, irreales, a las que sólo cabe el olvido o la anécdota.
¿Qué llevó a Sigmund Freud, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, a dar importancia a los sueños, considerados “material desechable” por la mentalidad científica de la época moderna y que incluso hoy se siguen descartando como algo de poca significatividad?  
Freud tuvo la originalidad de prestar atención a los sueños, en un contexto en el que primaba la idea de conciencia. Sin embargo, la distinción entre el “sueño” y la “vigilia” (la conciencia, estar despiertos) históricamente nunca resultó tan sencilla ni evidente: ¿cómo podemos saber si no estamos soñando en este momento? o ¿si toda nuestra vida no es más que un sueño? Podríamos ilustrarlo con el cuento del taoísmo chino (S. IV a. C.) recopilado por Borges: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”.
¿Qué hacemos cuando soñamos? ¿Cuál es la importancia de los sueños para el psicoanálisis? En primer lugar, descartemos que los sueños tengan significados fijos como pretenden algunas clasificaciones o que tengan algún sentido premonitorio.
Para el psicoanálisis, el sueño es el camino más directo a la verdad del sujeto. Freud descubre en los sueños los “mecanismos” de la mente. Pero lo más importante es que esos mecanismos ¡son los mismos que usamos cuando estamos despiertos! Entonces, por un lado está la idea de que los sueños tienen que ver con cosas que nos pasan en la vida cotidiana (restos diurnos), y al mismo tiempo, que la vida cotidiana tiene la misma operatoria que el sueño, por eso, podemos decir que en última instancia nunca despertamos del todo. ¿Qué significa esto? En el reino de los sueños todo es posible, no hay prohibición, hay trasgresión, no hay temporalidad, somos niños y adultos a la vez, los muertos viven, o estamos en dos lugares al mismo tiempo. Pero cuando “estamos despiertos” podríamos decir que estamos en el “sueño de la conciencia”: creemos que la conciencia es un estado de plena racionalidad, certeza, coherencia, objetividad. Sin embargo, el “sueño de la conciencia” es una ilusión que podemos sostener por poco tiempo, porque constantemente hay experiencias que “nos despiertan del sueño de la conciencia” cuando nos contradecimos, dudamos, nos equivocamos, estamos donde no queremos, decimos lo que no pensamos, hacemos lo contrario de lo que decimos. Por lo tanto sueño y vigilia se parecen más de lo que quisiéramos reconocer.
Para la perspectiva psicoanalítica el sueño es material privilegiado. ¿Cómo trabaja el psicoanalista? Trabaja con el “relato” del sueño. El valor del sueño está en el “cómo” es relatado y no tanto en el contenido del sueño, ya que a través del relato es posible escuchar algo del deseo del soñante. La tesis principal de Freud en su libro “La interpretación de los sueños” es que en el sueño hay “realización de deseo”. En los sueños se realiza el deseo del sujeto, pero esto no quiere decir que se satisfaga el deseo. Los sueños tienen una doble dimensión: una que expresa situaciones vividas durante los días previos o “restos diurnos”,  unida a la dimensión de los “deseos sexuales infantiles reprimidos” que no refieren a la edad cronológica de la niñez sino a “una posición subjetiva” que está presente a lo largo de toda la vida y que aparece en determinados momentos, como por ejemplo, en los sueños.
Por lo tanto, el psicoanálisis le hace un espacio importante al relato del sueño, en tanto que el sueño tiene una verdad del sujeto que aportar. En ellos hay una verdad, que tiene que ver con la singularidad y el deseo. En el sueño estamos haciendo: construyendo sentidos, elaborando procesos subjetivos, elaborando un duelo, creando, etc.

Para el psicoanálisis el estar despiertos es otra forma de seguir soñando y soñar es una forma de continuar despiertos. La conciencia es una gran ilusión y no cabe duda que podemos pensarla como un sueño; e incluso, si prestamos atención a las atrocidades del mundo, a las injusticias y a las desigualdades, podríamos concebirla como un sueño de terror, producto de que –según la frase de Borges- nos tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir. 

martes, 2 de mayo de 2017

La angustia no es el problema

En la actualidad está prohibido sentirse mal. Vivimos en una época donde el imperativo hegemónico es “disfrutar”, “ser sociable” y “no parar”, aunque no tengas ganas o te sientas cansado. Esto se expresa en las publicidades, por ejemplo el dolor para, vos no”, mandato que abarca desde un niño a un anciano. Por supuesto, hay otra parte que no se dice: “no pares, porque tenés que seguir consumiendo”, “no pares, tenes que seguir siendo productivo para el sistema, para lo cual siempre habría unas “vitaminas” o unos “tips” que te mantendrían activo. En un mundo donde está mal “sentirse mal”, o incluso es considerado una enfermedad, es fundamental perderle el miedo a la angustia, a la tristeza, al desánimo, a la soledad, al vacío, al pánico, a la depresión, a los duelos, en una palabra, a lo negativo que la vida siempre tiene: es que estar vivos, duele. Por eso, jugando con el slogan de la publicidad, podríamos decir: “que el dolor no pare”, pero que vos “puedas parar”. Se trata de saber-hacer con el dolor de estar vivos. Para el filósofo danés Sören Kierkegaard (1813-1855) la angustia era expresión de lo más íntimo del ser humano, lo propio de su existencia.
Por otra parte, hay otras perspectivas, no psicoanalíticas, que patologizan la angustia y la consideran “en sí misma” un problema a diagnosticar, por ejemplo, el conocido “ataque de pánico” o “la crisis de angustia”. Las personas describen lo que se denomina ataque de pánico como un momento en que la angustia se expresa con mucha intensidad, ya sea en manifestaciones somáticas (alteraciones del ritmo cardíaco y sensaciones de ahogo, sudoración, vértigo) o en diversos sentimientos (la sensación de una muerte inminente y el miedo de volverse loco o perder el control). Sin embargo, para el psicoanálisis –sin dejar de reconocer la dureza de esos momentos- el ataque de pánico es una manifestación de la angustia, pero la angustia en sí misma no es el problema.
Para el psicoanálisis, lo importante no es la angustia o su dimensión “negativa”, sino lo que, al mismo tiempo, se transforma en una dimensión “positiva”, es decir, lo que a raíz de ella es posible pensar: el sentido de nuestra vida. En otras palabras, la angustia no se resuelve, no tiene solución, ya que expresa la condición humana de tener que darle sentido a la vida, y dado que esos sentidos son provisorios y fluctuantes, entonces, es una tarea de toda la vida. La angustia es una experiencia del vacío, de la falta y/o fragilidad del sentido, en tanto que lo que hasta ayer fue importante hoy tal vez no lo sea. No se trata de ahogarse en la angustia, sino de no tratar de taparla a toda costa. Dejar de huir de la angustia, vivir la infelicidad de la mejor manera, dejar de cumplir con el imperativo opresor de “no poder estar mal”, paradójicamente, ya implicaría un gran alivio.
La máxima de Freud expresa que “el retorno de lo reprimido da cuenta de la represión”. En la época de Freud lo reprimido pasaba por el control sobre la sexualidad; en nuestra época podemos pensar que lo reprimido está en el orden del mandato a no parar, a no angustiarse, es el “control de la felicidad”. Idea cercana a “Un mundo feliz” de Huxley. Por lo tanto, como todo lo reprimido, la angustia retorna de forma más violenta. De ese modo, el psicoanálisis puede interpretar las crecientes manifestaciones de lo que se denomina “ataques de pánico”: cuanto más se intenta tapar la angustia, más fuerte vuelve a aparecer.
Si bien es cierto que es posible aplacar la angustia, no nos permite mantenernos indiferentes por mucho tiempo. No admite un equilibrio pleno, siempre termina desestabilizándonos, desequilibrándonos. El psicoanálisis ofrece la posibilidad de asumir algo de esto, vérnosla con la angustia, en tanto que nos pone en contacto con nuestros interrogantes, con nuestra falta en ser, con nuestro vacío, o sea, con los sentidos de la vida que queremos vivir. Esto no niega que la experiencia de la angustia en cada sujeto tome una forma singular y sólo en contacto con ella, atravesándola, es posible crear algo nuevo y original. El atravesamiento de la angustia no se da sin enfrentarla. De este modo, para el psicoanálisis, acallar la angustia es en verdad problemático porque es el intento de apagar la experiencia de lo profundo del deseo.
El psicoanálisis, ante la angustia, no ofrece estrategias de evitación, ni consejos; lo que ofrece es la posibilidad de hacer una experiencia de sujeto, descontarse de mandatos opresores, por ejemplo, la fórmula dada, estandarizada y mercantilizada de cómo ser feliz. Jorge L. Borges lo expresa en un poema llamado 1964: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.


Síntesis sobre el escrito freudiano “Psicología de las masas y análisis del yo”.

  Lic. Ariel Juan Bianconi Quiero comenzar contando la experiencia de una colega con una paciente: la analizante se quejaba de que su mari...