En
la actualidad está prohibido sentirse mal. Vivimos en una época donde el
imperativo hegemónico es “disfrutar”, “ser sociable” y “no parar”, aunque no
tengas ganas o te sientas cansado. Esto se expresa en las publicidades, por
ejemplo “el dolor para, vos no”, mandato que abarca desde un niño a un
anciano. Por supuesto, hay otra parte que no se dice: “no pares, porque tenés
que seguir consumiendo”, “no pares, tenes que seguir siendo productivo para el
sistema”, para lo cual siempre habría
unas “vitaminas” o unos “tips” que te mantendrían activo. En un mundo donde
está mal “sentirse mal”, o incluso es considerado una enfermedad, es fundamental
perderle el miedo a la angustia, a la tristeza, al desánimo, a la soledad, al
vacío, al pánico, a la depresión, a los duelos, en una palabra, a lo negativo
que la vida siempre tiene: es que estar vivos, duele. Por eso, jugando con el
slogan de la publicidad, podríamos decir: “que el dolor no pare”, pero que vos
“puedas parar”. Se trata de saber-hacer con el dolor de estar vivos. Para el
filósofo danés Sören Kierkegaard (1813-1855) la angustia era expresión de lo
más íntimo del ser humano, lo propio de su existencia.
Por
otra parte, hay otras perspectivas, no psicoanalíticas, que patologizan la
angustia y la consideran “en sí misma” un problema a diagnosticar, por ejemplo,
el conocido “ataque de pánico” o “la crisis de angustia”. Las personas
describen lo que se denomina ataque de pánico como un momento en que la
angustia se expresa con mucha intensidad, ya sea en manifestaciones somáticas
(alteraciones del ritmo cardíaco y sensaciones de ahogo, sudoración, vértigo) o
en diversos sentimientos (la sensación de una muerte inminente y el miedo de
volverse loco o perder el control). Sin embargo, para el psicoanálisis –sin
dejar de reconocer la dureza de esos momentos- el ataque de pánico es una
manifestación de la angustia, pero la angustia en sí misma no es el problema.
Para
el psicoanálisis, lo importante no es la angustia o su dimensión “negativa”,
sino lo que, al mismo tiempo, se transforma en una dimensión “positiva”, es
decir, lo que a raíz de ella es posible pensar: el sentido de nuestra vida. En
otras palabras, la angustia no se resuelve, no tiene solución, ya que expresa
la condición humana de tener que darle sentido a la vida, y dado que esos
sentidos son provisorios y fluctuantes, entonces, es una tarea de toda la vida.
La angustia es una experiencia del vacío, de la falta y/o fragilidad del
sentido, en tanto que lo que hasta ayer fue importante hoy tal vez no lo sea. No se trata de ahogarse en la angustia, sino de no
tratar de taparla a toda costa. Dejar de huir de la angustia, vivir la
infelicidad de la mejor manera, dejar de cumplir con el imperativo opresor de “no
poder estar mal”, paradójicamente, ya implicaría un gran alivio.
La
máxima de Freud expresa que “el retorno
de lo reprimido da cuenta de la represión”. En la época de Freud lo
reprimido pasaba por el control sobre la sexualidad; en nuestra época podemos
pensar que lo reprimido está en el orden del mandato a no parar, a no
angustiarse, es el “control de la felicidad”. Idea cercana a “Un mundo feliz” de Huxley. Por lo tanto,
como todo lo reprimido, la angustia retorna de forma más violenta. De ese modo,
el psicoanálisis puede interpretar las crecientes manifestaciones de lo que se
denomina “ataques de pánico”: cuanto más se intenta tapar la angustia, más
fuerte vuelve a aparecer.
Si
bien es cierto que es posible aplacar la angustia, no nos permite mantenernos
indiferentes por mucho tiempo. No admite un equilibrio pleno, siempre termina
desestabilizándonos, desequilibrándonos. El psicoanálisis ofrece la posibilidad
de asumir algo de esto, vérnosla con la angustia, en tanto que nos pone en
contacto con nuestros interrogantes, con nuestra falta en ser, con nuestro
vacío, o sea, con los sentidos de la vida que queremos vivir. Esto no niega que
la experiencia de la angustia en cada sujeto tome una forma singular y sólo en
contacto con ella, atravesándola, es posible crear algo nuevo y original. El
atravesamiento de la angustia no se da sin enfrentarla. De este modo, para el
psicoanálisis, acallar la angustia es en verdad problemático porque es el
intento de apagar la experiencia de lo profundo del deseo.
El psicoanálisis,
ante la angustia, no ofrece estrategias de evitación, ni consejos; lo que ofrece es la posibilidad de hacer una
experiencia de sujeto, descontarse de mandatos opresores, por ejemplo, la
fórmula dada, estandarizada y mercantilizada de cómo ser feliz. Jorge L. Borges
lo expresa en un poema llamado 1964: “Ya
no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.
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