domingo, 23 de julio de 2017

Los duelos


“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”. Alberto Cortez
A lo largo de la vida pasamos por diferentes momentos que nos enfrentan a distintas pérdidas, pero sólo algunas de ellas nos llevan a un duelo. Algunas pérdidas son del orden de lo contingente y otras son del orden del amor. En primer lugar, podemos decir que el duelo implica haber amado, posee la significación del amor. Hacemos duelo por cosas que son parte de nuestro ser. En la obra “Duelo y Melancolía” (1915) Freud afirma que “el duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, la patria, la libertad, un ideal, etc.”.  Entonces, podemos hacer duelo por un ser amado que murió o que nos ha dejado de amar, por un desarraigo involuntario, por la pérdida de un trabajo, de los años de juventud, o por cualquier situación que haya sido significativa para nosotros. 
De ese modo, Freud ubica al duelo como un “estado normal” frente a las pérdidas, a diferencia de la melancolía, que quedaría asimilada a una depresión grave. El planteo de Freud de que el duelo es un “dolor afectivo normal” es importante porque implica no rechazar ni negar el dolor al enfrentar una ausencia. Para pensar esto tomo prestado un ejemplo de Gabriel Rolón en el libro “Cara a cara” (2015): una mujer perdió un hijo y las personas que la rodeaban insistían en el argumento de que debía ponerse bien rápidamente en nombre de sus otros dos hijos. La mujer sentía gran enojo ante esas palabras, ella necesitaba estar mal, sentir el dolor por su hijo perdido, elaborar la pérdida para poder seguir. No necesitaba negarlo. El dolor le permitía detenerse, dar cuenta de lo ocurrido, atravesar el duelo y asumir la situación.
Entonces, otra idea importante es que los duelos implican un tiempo donde nos permitimos sentir el dolor de la falta del ser querido y su ausencia. En otras épocas el tiempo de los duelos estaba estipulado socialmente, por ejemplo: en un primer momento, el mandato era vestir completamente de negro, no asistir a fiestas, sólo a rituales religiosos, luego se pasaba a un medio luto, hasta el final estipulado. Estas pautas han ido perdiendo actualidad, lo que no quiere decir que no haya duelos que tramitar. Podría pensarse que los imperativos actuales de estar bien y de no detenerse, son contrarios a los necesarios momentos de duelo, importantes para elaborar nuestro malestar.
Sin embargo, no se trata solamente del paso del tiempo. Para pensar esto, propongo un ejemplo de mi propia práctica clínica: una persona me hablaba de la pérdida de un ser querido como si hubiese ocurrido la semana pasada y cuando le pregunté en qué momento había ocurrido eso, contestó que hacía más de doce años. Esto va en contra de la idea de que basta el mero paso del tiempo para la elaboración de la pérdida. Freud propone la necesidad de un trabajo para el duelo y de un tiempo para su elaboración, ¿qué significa “trabajo”? El poeta argentino Roberto Juarróz dice: “ir poniéndole palabras al mudo dolor de una pérdida”. El trabajo pasa por poner en palabras el dolor.
Para el psicoanalista argentino David Nasio, sentir dolor ante un duelo es una forma de reaccionar ante lo ocurrido, una forma de resistir, de defenderse. Por ello, sostiene que para quien atraviesa un duelo“el dolor es la expresión de una defensa, la última barrera que alguien puede levantar para no zozobrar en la locura o la muerte” (Nasio, 2009). 
Entonces el dolor es para seguir viviendo. Duele el cuerpo frágil, la garganta, la cabeza, el pecho, la <marca es imborrable> y el espacio queda irremediablemente vacío. Sin embargo, tampoco el sólo dolor permite el duelo. Hay que ponerlo en palabras, otorgarle un sentido, hacerle un lugar en nuestra vida, contarlo e integrarlo en la propia historia, lo que significa trazar una <segunda marca> en esa primera marca imborrable, que permita vivir, que permita no caer en la locura o en la desesperación. De lo contrario, la pérdida de un ser querido sería el final.
Para finalizar, podemos interpretar la canción de Alberto Cortez en clave de lo dicho: es probable que vengan nuevos amigos, es posible la llegada de otros seres queridos y el cumplimiento de otros sueños distintos a los que se han diluido, y aunque resulta cierto que jamás podrán llenar el “espacio vacío”, indican que hemos hecho algo con eso al asumirlo como parte de nuestra historia para poder seguir viviendo.
                                                                                           

Firma: Lic. Ariel Juan Bianconi. Psicoanalista.

domingo, 9 de julio de 2017

Jugar es cosa seria


Un niño juega para ser niño, casi paradójicamente, el jugar lo convierte en niño. Para Freud, el juego le permite al niño construir un “adentro”, es decir, una interioridad subjetiva (“realidad psíquica”), una instancia singular en la que crea un mundo propio interior y original, poblado de fantasías y de posibilidades de despliegue de la creatividad, de aprender, estudiar y crecer. En el artículo “El creador literario y el fantaseo” (1908), Freud plantea que “lo opuesto al juego no es la seriedad, sino…la realidad efectiva”, es decir, lo opuesto a la interioridad es “un afuera” o exterior. Para Freud, el juego es algo serio porque es la posibilidad de armar un adentro y un afuera: queda constituido para el niño/a una realidad interior y placentera, diferenciada de una realidad efectiva y exterior, dimensión percibida como amenazante.  
El niño pone mucha pasión en lo que hace jugando. En el juego puede hacer un despliegue de sus fantasías, hay una ganancia de placer que se hace independiente de la aprobación de la realidad. Pero no siempre juega un niño: un niño no juega cuando está demasiado inmerso en la realidad efectiva, que, en tanto externa, se puede tornar excesiva y agobiante. Esta dimensión amenazante de la realidad puede darse tanto en un ambiente de sobreprotección como en la carencia de atención o afecto; son formas de violencia externa, física o simbólica, que interfieren en la capacidad de jugar.
Donald Winnicott (1896-1971), psicoanalista, reformula la separación dicotómica marcada por Freud y considera que el juego es un espacio transicional “entre” el adentro y el afuera. Profundiza la idea diciendo que un niño solamente podrá jugar si hay un entorno facilitador para el juego, si hay una realidad suficientemente buena que se lo permita. Esto es tarea del adulto. Para el psicoanálisis, ser adulto, más que una determinada edad cronológica, es una actitud que posibilita que un niño pueda jugar. El adulto crea la posibilidad para que el niño juegue pero no porque le regala los juguetes más sofisticados del mercado, sino porque sus actitudes posibilitan que el niño encuentre un espacio placentero para jugar.
Sin embargo, el adulto que permite jugar, también juega. Para el psicoanálisis, lo infantil es más que un período acotado o una etapa de la vida, por el contrario, atraviesa toda nuestra existencia. Las características de lo infantil a lo largo de la vida adulta se expresan principalmente en las fantasías donde van a tener lugar los deseos. También se manifiesta en los sueños, en los chistes, en el juego de los adultos. Podríamos plantear que el deseo en el adulto no tiene un contenido, precisamente porque su contenido es lo infantil.  Dice Freud en la obra citada: “el adulto deja, pues, de jugar; aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego, pero quien conozca la vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto…Así, el adulto… en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos”.
Los sueños diurnos o fantaseo tienen que ver con la exaltación de la personalidad o con la sexualidad y los deseos. Generalmente los ocultamos porque incluso nos avergüenzan. Sin embargo, al mismo tiempo, son una defensa; los adultos necesitamos el juego o fantaseo para que la realidad efectiva no sea tan agresiva. El fantaseo es una instancia que nos acompaña toda la vida.
En los adultos muchas veces el juego es considerado algo devaluado o secundario, por eso es común escuchar “somos grandes para jugar” y también referir al juego como un pasatiempo o hobby que se hace, o que se debería hacer, antes o después de hacer cosas serias o importantes. Sin embargo, para Freud, el juego es cosa seria. El espacio de trabajo en psicoanálisis es lo más parecido a un juego, se trata de un juego con las palabras. Por eso Freud compara al “creador literario” o al “poeta” con la instancia de creación de nuevos mundos en el juego. En el artículo de 1908 dice: “el poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía al que toma muy en serio, vale decir lo dota de grandes montos de afecto al tiempo que lo separa tajantemente de la realidad efectiva”.  
De poetas, de niños y de locos, todos tenemos algo y eso es lo que nos permite jugar a que es posible otra realidad y en ese mismo acto, propiciarla. Ahora bien, de acuerdo a lo anterior, también trae el psicoanálisis una mala noticia: lamentablemente no hay garantías en el juego, nada de esto dice que el juego no pueda ser el de la guerra, el de la explotación o el del sometimiento de otros.   


Firma: Lic. Ariel Juan Bianconi. Psicoanalista.

Síntesis sobre el escrito freudiano “Psicología de las masas y análisis del yo”.

  Lic. Ariel Juan Bianconi Quiero comenzar contando la experiencia de una colega con una paciente: la analizante se quejaba de que su mari...