Un niño juega para
ser niño, casi paradójicamente, el jugar lo convierte en niño. Para Freud, el
juego le permite al niño construir un “adentro”, es decir, una interioridad
subjetiva (“realidad psíquica”), una instancia singular en la que crea un mundo
propio interior y original, poblado de fantasías y de posibilidades de
despliegue de la creatividad, de aprender, estudiar y crecer. En el artículo “El creador literario y el fantaseo” (1908),
Freud plantea que “lo opuesto al juego no
es la seriedad, sino…la realidad efectiva”, es decir, lo opuesto a la
interioridad es “un afuera” o exterior.
Para Freud, el juego es algo serio porque es la posibilidad de armar un adentro y un afuera: queda
constituido para el niño/a una realidad interior y placentera, diferenciada de
una realidad efectiva y exterior, dimensión percibida como amenazante.
El niño pone mucha
pasión en lo que hace jugando. En el juego puede hacer un despliegue de sus
fantasías, hay una ganancia de placer que se hace independiente de la
aprobación de la realidad. Pero no siempre juega un niño: un niño no juega cuando está demasiado
inmerso en la realidad efectiva, que, en tanto externa, se puede tornar excesiva
y agobiante. Esta dimensión amenazante de la realidad puede darse tanto en un
ambiente de sobreprotección como en la carencia de atención o afecto; son
formas de violencia externa, física o simbólica, que interfieren en la
capacidad de jugar.
Donald Winnicott
(1896-1971), psicoanalista, reformula la separación dicotómica marcada por
Freud y considera que el juego es un espacio transicional “entre” el adentro y
el afuera. Profundiza la idea diciendo que un niño solamente podrá jugar si hay
un entorno facilitador para el juego, si hay una realidad suficientemente buena que se lo permita. Esto es tarea del adulto. Para
el psicoanálisis, ser adulto, más que una determinada edad cronológica, es una actitud
que posibilita que un niño pueda jugar. El adulto crea la posibilidad para que
el niño juegue pero no porque le regala los juguetes más sofisticados del
mercado, sino porque sus actitudes posibilitan que el niño encuentre un espacio
placentero para jugar.
Sin embargo, el
adulto que permite jugar, también juega. Para el psicoanálisis, lo infantil es
más que un período acotado o una etapa de la vida, por el contrario, atraviesa
toda nuestra existencia. Las características de lo infantil a lo largo de la
vida adulta se expresan principalmente en las fantasías donde van a tener lugar
los deseos. También se manifiesta en los sueños, en los chistes, en el juego de
los adultos. Podríamos plantear que el deseo en el adulto no tiene un
contenido, precisamente porque su contenido es lo infantil. Dice Freud en la obra citada: “el adulto deja, pues, de jugar; aparentemente
renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego, pero quien conozca la
vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la
renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo
permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una
formación de sustituto…Así, el adulto… en vez de jugar, ahora fantasea.
Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos”.
Los sueños diurnos o
fantaseo tienen que ver con la exaltación de la personalidad o con la sexualidad
y los deseos. Generalmente los ocultamos porque incluso nos avergüenzan. Sin
embargo, al mismo tiempo, son una defensa; los adultos necesitamos el juego o
fantaseo para que la realidad efectiva no sea tan agresiva. El fantaseo es una
instancia que nos acompaña toda la vida.
En los adultos
muchas veces el juego es considerado algo devaluado o secundario, por eso es
común escuchar “somos grandes para jugar” y también referir al juego como un
pasatiempo o hobby que se hace, o que se debería hacer, antes o después de
hacer cosas serias o importantes. Sin embargo, para Freud, el juego es cosa
seria. El espacio de trabajo en psicoanálisis es lo más parecido a un juego, se
trata de un juego con las palabras. Por eso Freud compara al “creador
literario” o al “poeta” con la instancia de creación de nuevos mundos en el
juego. En el artículo de 1908 dice: “el
poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía al que
toma muy en serio, vale decir lo dota de grandes montos de afecto al tiempo que
lo separa tajantemente de la realidad efectiva”.
De poetas, de niños
y de locos, todos tenemos algo y eso es lo que nos permite jugar a que es
posible otra realidad y en ese mismo acto, propiciarla. Ahora bien, de acuerdo
a lo anterior, también trae el psicoanálisis una mala noticia: lamentablemente no
hay garantías en el juego, nada de esto dice que el juego no pueda ser el de la
guerra, el de la explotación o el del sometimiento de otros.
Firma: Lic. Ariel Juan Bianconi.
Psicoanalista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario