domingo, 9 de julio de 2017

Jugar es cosa seria


Un niño juega para ser niño, casi paradójicamente, el jugar lo convierte en niño. Para Freud, el juego le permite al niño construir un “adentro”, es decir, una interioridad subjetiva (“realidad psíquica”), una instancia singular en la que crea un mundo propio interior y original, poblado de fantasías y de posibilidades de despliegue de la creatividad, de aprender, estudiar y crecer. En el artículo “El creador literario y el fantaseo” (1908), Freud plantea que “lo opuesto al juego no es la seriedad, sino…la realidad efectiva”, es decir, lo opuesto a la interioridad es “un afuera” o exterior. Para Freud, el juego es algo serio porque es la posibilidad de armar un adentro y un afuera: queda constituido para el niño/a una realidad interior y placentera, diferenciada de una realidad efectiva y exterior, dimensión percibida como amenazante.  
El niño pone mucha pasión en lo que hace jugando. En el juego puede hacer un despliegue de sus fantasías, hay una ganancia de placer que se hace independiente de la aprobación de la realidad. Pero no siempre juega un niño: un niño no juega cuando está demasiado inmerso en la realidad efectiva, que, en tanto externa, se puede tornar excesiva y agobiante. Esta dimensión amenazante de la realidad puede darse tanto en un ambiente de sobreprotección como en la carencia de atención o afecto; son formas de violencia externa, física o simbólica, que interfieren en la capacidad de jugar.
Donald Winnicott (1896-1971), psicoanalista, reformula la separación dicotómica marcada por Freud y considera que el juego es un espacio transicional “entre” el adentro y el afuera. Profundiza la idea diciendo que un niño solamente podrá jugar si hay un entorno facilitador para el juego, si hay una realidad suficientemente buena que se lo permita. Esto es tarea del adulto. Para el psicoanálisis, ser adulto, más que una determinada edad cronológica, es una actitud que posibilita que un niño pueda jugar. El adulto crea la posibilidad para que el niño juegue pero no porque le regala los juguetes más sofisticados del mercado, sino porque sus actitudes posibilitan que el niño encuentre un espacio placentero para jugar.
Sin embargo, el adulto que permite jugar, también juega. Para el psicoanálisis, lo infantil es más que un período acotado o una etapa de la vida, por el contrario, atraviesa toda nuestra existencia. Las características de lo infantil a lo largo de la vida adulta se expresan principalmente en las fantasías donde van a tener lugar los deseos. También se manifiesta en los sueños, en los chistes, en el juego de los adultos. Podríamos plantear que el deseo en el adulto no tiene un contenido, precisamente porque su contenido es lo infantil.  Dice Freud en la obra citada: “el adulto deja, pues, de jugar; aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego, pero quien conozca la vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto…Así, el adulto… en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos”.
Los sueños diurnos o fantaseo tienen que ver con la exaltación de la personalidad o con la sexualidad y los deseos. Generalmente los ocultamos porque incluso nos avergüenzan. Sin embargo, al mismo tiempo, son una defensa; los adultos necesitamos el juego o fantaseo para que la realidad efectiva no sea tan agresiva. El fantaseo es una instancia que nos acompaña toda la vida.
En los adultos muchas veces el juego es considerado algo devaluado o secundario, por eso es común escuchar “somos grandes para jugar” y también referir al juego como un pasatiempo o hobby que se hace, o que se debería hacer, antes o después de hacer cosas serias o importantes. Sin embargo, para Freud, el juego es cosa seria. El espacio de trabajo en psicoanálisis es lo más parecido a un juego, se trata de un juego con las palabras. Por eso Freud compara al “creador literario” o al “poeta” con la instancia de creación de nuevos mundos en el juego. En el artículo de 1908 dice: “el poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía al que toma muy en serio, vale decir lo dota de grandes montos de afecto al tiempo que lo separa tajantemente de la realidad efectiva”.  
De poetas, de niños y de locos, todos tenemos algo y eso es lo que nos permite jugar a que es posible otra realidad y en ese mismo acto, propiciarla. Ahora bien, de acuerdo a lo anterior, también trae el psicoanálisis una mala noticia: lamentablemente no hay garantías en el juego, nada de esto dice que el juego no pueda ser el de la guerra, el de la explotación o el del sometimiento de otros.   


Firma: Lic. Ariel Juan Bianconi. Psicoanalista.

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